Si en los 70 últimos años nos hemos convertido en urbanitas, la tendencia es volver al pueblo. Fue por los años 1960 cuando comenzó la diáspora de los pueblos a las ciudades. La vida de la ciudad hace libres, decía Rosseau. Todos hemos visto como crecían las ciudades del epicentro al exterior y se construían pisos a toda máquina para satisfacer la demanda de la gente que llegaba a emprender nueva vida. Mientras tanto, los pueblos se despoblaban y las pocas actividades económicas que tenían los municipios iban cerrando por falta de mercado. Lo artesano era substituido por lo industrial y las pequeñas producciones no podían competir con los procesos industriales. España, como la mayor parte del mundo, se despobló.
Lo raro es que para mucha gente esto parece que sucedió hace siglos y solo han pasado siete décadas, es decir, dos generaciones. Creen que nadie va a volver al campo y que por eso, hasta las tierras pierden valor.
Sin embargo, se equivocan. Ahora comienza una nueva era. Los pueblos vuelven a ponerse en valor. En el pueblo ya se tienen las comodidades que antes no había; llegan los servicios que antes no existían: escolarización, asistencia médica, ocio, comercios, logística… cualquier cosa que tiene la ciudad puede estar de inmediato en el pueblo. Quien mas quien menos tiene no solo acceso a la vivienda sino también a un vehículo, incluso a un trabajo, con lo cual, ya no es esencial la ciudad. Con lo cual pocas ventajas tiene la ciudad sobre el pueblo y al contrario, ¿no ofrece mas atractivos el pueblo que la urbe? A la vista del panorama que muestran las grandes concentraciones humanas, el pueblo se ve como una liberación.
Por otro lado, el trabajo será en futuro un bien escaso y además , parte de él se podrá hacer con alguna forma de teletrabajo, así que el pueblo, es una alternativa . Además mucha gente , precisamente por falta de empleos, recibirá una asignación de renta vital, una aportación que sería escasa en la ciudad pero digna en el pueblo donde el coste de la vida es mas asequible.
Lo que se ha perdido: fábricas, artesanía, alimentación, granjas, casas rurales, productos agrícolas en general, etc., se volverán a recuperar y dan suficiente para que una pareja, por ejemplo, obtenga un modus vivendi satisfactorio.
El propio turismo y todos los urbanitas hace que al menos, el fin de semana salgan de estampida en busca de un lugar tranquilo donde no les perturbe el ruido y puedan volver a disfrutar de la naturaleza y de una alimentación sana. Eso hace que, al menos, dos días a la semana los establecimientos de hostelería tengan actividad plena y con ello, puestos de trabajo para el resto de items económicos. El pueblo vuelve a ser un valor.
Si alguno quiere hacer un cambio radical, nuestro San Antolín de Ibias es una buena opción. En esta página puede encontrar un sinfín de cosas para hacer y para ver y hay muchas cosas por hacer. Solo falta gente inquieta y emprendedora que quiera hacer algo que sin ellas no se haría. Ponte en contacto
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